Nos estamos acostumbrando a jugar finales

Nos estamos acostumbrando a jugar finales.
Y esa frase, que hace apenas unos años parecía lejana o excepcional, hoy empieza a convertirse en parte del relato deportivo colombiano.

En 80 años de historia participando en torneos internacionales, la Selección Colombia masculina ha disputado tres finales de Copa América, consiguiendo un título en 2001.

Por su parte, la Selección Colombia femenina, con tan solo 27 años en el panorama internacional, ya ha alcanzado cuatro finales continentales. Aunque aún no ha ganado el trofeo, ha demostrado un crecimiento imparable, compitiendo de tú a tú con potencias históricas como Brasil.

En menos de la mitad del tiempo, ellas han llegado a más finales que los hombres.

Pero este artículo no busca enfrentar a hombres y mujeres, sino celebrar cómo, como colombianos, estamos cada vez más presentes en las grandes citas del deporte más visto del mundo. Porque nos estamos acostumbrando a jugar finales, y aunque el proceso aún es lento, esa repetición comienza a moldear algo más profundo: nuestra mentalidad colectiva.

Jugar finales nos está cambiando. Y eso, más allá de ganar o perder, es un paso decisivo para un país que durante años se acostumbró a quedarse por fuera.

Muchos dirán: “Leo, no hemos ganado nada, seguimos igual”.
Y puede sonar lógico: siete finales disputadas entre ambas selecciones… y solo un título en 80 años. Pero si nos detenemos a mirar con atención lo que ocurrió en la final más reciente, entenderemos que algo está cambiando, aunque sea lento, aunque todavía no alcance para alzar la copa.

Lo que pasó ayer en la final de la Copa América Femenina no fue un simple partido. Fue un acto de fortaleza mental y resiliencia, algo que no era característico en nuestra historia futbolística. Colombia enfrentaba al triple campeón vigente, Brasil, que logró empatar en el último suspiro del tiempo reglamentario y luego se fue arriba en el alargue. En otro momento —en nuestra vieja versión— eso habría sido suficiente para quebrarnos. Pero esta vez no. Colombia no se rindió. No bajó los brazos. No perdió el foco.

Volvió a empatar a seis minutos del final del segundo tiempo extra. Y llevó el partido a los penales. Incluso allí, obligó a Brasil a ejecutar más allá de los cinco tiros reglamentarios. Eso es mentalidad. Y es nueva.

Aun así, es cierto: la mentalidad aún no alcanza para ganar. Porque ganar requiere más que resistencia. Requiere jerarquía. Pero hace años, esta conversación ni siquiera existía. Nos ganaban en un pestañeo. Hoy, llevamos a los gigantes del continente hasta los extremos. Y eso no es casualidad, es resultado de un proceso.

Hay quienes creen que la mentalidad se construye con resultados. Pero la verdad es que la mentalidad se construye desde niños, en casa, en la escuela, en el entorno que nos forma y nos permite creer que podemos ganar. Y sí, Colombia ya está avanzando. Jugamos más finales, más instancias decisivas, y eso nos entrena emocional y culturalmente para asumir nuevos desafíos como país.

Estamos a punto de un salto cuántico en mentalidad futbolística. Hace 30 años nos alcanzó para pasar de ronda en un Mundial. Luego, para unos cuartos de final. Y ahora, en poco tiempo, hemos jugado siete finales continentales. Pero aún sentimos que hay selecciones “grandes” a las que debemos respetar de más. Nos pasa lo mismo que a Holanda en Europa: talento de sobra, pero una historia que no termina de consolidar su narrativa ganadora.

Brasil tuvo a Pelé. Argentina a Maradona. Íconos que construyeron un relato de grandeza colectiva desde lo individual. Ellos ayudaron a normalizar la victoria. Y no cualquier victoria: victorias con título. Por eso, para ellos lo mínimo es llegar a la final y lo único válido es salir campeón. No celebran el esfuerzo, celebran el resultado. Como decía Fabián Vargas, campeón con Colombia en 2001:

“A nosotros nos educaron para creer que esforzarnos era suficiente. A ellos, para saber que hay que ganar.”

Nos estamos acostumbrando a jugar finales, y eso ya es un avance. Pero para cruzar la línea y quedarnos con el título, todavía hay elementos que debemos trabajar, no solo en la cancha, sino en la cultura que rodea al fútbol colombiano.

El talento está. La garra también. La mentalidad está en proceso.
Pero aún nos cuesta creernos campeones. Aún sentimos que estamos “haciendo historia” por llegar, cuando deberíamos exigirnos más por ganar. Aún necesitamos naturalizar la victoria y desromantizar el esfuerzo sin resultado. Como lo hacen los que ya aprendieron a ganar.

El cambio será completo cuando dejemos de celebrar la clasificación como un logro y empecemos a tratar la final como una responsabilidad. Cuando los más chicos sueñen con levantar la copa —no solo con jugarla—, ese día Colombia habrá cruzado la línea.

Hasta entonces, cada final jugada es una oportunidad para entrenar nuestra mentalidad ganadora, para formar generaciones que ya no vean imposible ganarle a Brasil o Argentina, y que entiendan que la historia no se hereda, se construye.

Y si seguimos así…
Tal vez la próxima final no sea solo una experiencia valiosa, sino el día que normalizamos ganar.


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2 comentarios

  1. Hola Leo,
    Buena información la que traes a colación. Se que siempre debemos ver el lado positivo de las cosas, pero también, somos muy románticos en la crítica. Yo diría que nos estamos acostumbrando a perder finales, y que pase 1 o 2 veces….pero 4?. No es culpa de las chicas, las admiro mucho. Pero es un reflejo de lo que somos como país, no creemos en nosotros mismos y/o creemos que no nos lo merecemos. Mataron al tigre y se asustaron con el cuero, que superioridad tuvo Colombia sobre Brasil, pero nos conformamos con llevar ventaja de 1 gol.
    Se debe trabajar mucho en la fortaleza mental, de ellasby de todos nosotros como colombianos.
    Un abrazo hermano

    1. Tu frase final es la perfecta conclusión, eso hace parte de trabajo mental en el que debemos mejorar como país y no sucede en el corto plazo, los Argentinos y Brasileros ya lo llevan en el ADN, dicho por Fabian Vargas y Oscar Cordoba que lo vivieron en carne propia, por eso considero tan importante seguir jugando finales para acostumbrar la mente, para volverlo normal y empezar no solo a creer que lo merecemos sino a actuar como campeones.

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